HUMANIDADES 26

Reflexiones metafísicas sobre el sentido del hombre

Tany Giselle Fernández Guayana(1)

En colaboración con Jorge Neira Abella(2)

(1) Magíster en Educación y Desarrollo Humano. Especialista en Desarrollo Personal y Familiar. Licenciada en Pedagogía Infantil. tany.fernandezg@gmail.com

(2) Enfermero y Psicólogo

 

 

El hombre a pesar de haber sido analizado por múltiples enfoques y campos sigue siendo un misterio para sí. Sin embargo, los estudios filosóficos-antropológicos han demostrado que su existencia tiene una razón única de ser, cosa que permite darle un mayor sentido y valor.

 

En la época prehistórica, el hombre no se preguntaba sobre su existencia, únicamente se limitaba a sobrevivir por intuición, aunque, en el arte rupestre, se evidencia que sabía de su existencia al igual que todo lo externo. En la edad antigua, la pregunta se respondía a través de un marco exterior: la ética (orden), el mito (explicación a lo inexplicable) y el cosmos (orden); por lo tanto, se afirmaba que el hombre “viene de afuera” porque “si cada cosa tiene su lugar entonces yo también”. Ya en la época moderna, el hombre comenzó a cuestionarse sobre sí: cómo conocía y de dónde provenía (origen). Surgieron entonces dos posibles respuestas: la primera, consistía en la autoconciencia, donde se aseguraba  que el hombre procedía de un marco inmanente: del interior (mí/yo/individual) entonces “si lo que pienso viene de mí entonces yo existo”. La segunda, hacía referencia a la teoría de la evolución donde Darwin, con el método positivista, afirmó que los animales se perfeccionan (evolucionan) en la medida que se especializan, permitiéndoles así adaptarse al entorno. Pero el hombre, a pesar de ser un animal por tener animalidad/alma (Aristóteles, citado por Macintyre, 2001), adapta el entorno a sus necesidades por ser un ser abierto, es decir, por hacer uso de su racionalidad para modificar la realidad.

 

Gracias a esa apertura, el hombre es potencial, está abierto para hacerse y es moldeable por la persona que lo vivifica. Y a pesar de poseer unas características orgánicas que le son heredadas y comunes con los animales (vida - movimiento intrínseco) difieren en su configuración y función, es decir en el para. Por ejemplo: 1) La posición erguida permite que las extremidades superiores queden libres para desarrollar tareas y construir; así mismo posibilita la amplitud del horizonte y el establecimiento de relaciones frente a frente con el otro. 2) La desnudez, permite que la persona sea autoconsciente de ser íntimo y sentir pudor buscando protección a través del vestuario. 3) El aparato digestivo, posibilita la alimentación con múltiples alimentos (omnívoro) y no solo uno. 4) El rostro, permite manifestar y reconocer la identidad de cada persona, además, posibilita identificar el ánimo por las gesticulaciones y establecer relaciones con el habla. 5) Y la sexualidad, es la capacidad de donación sin un momento específico y sin exclusividad de la corporeidad (Sellés, 2006).

 

Todo lo anterior, justifica sólo una cosa: que el hombre es una unidad. Su capacidad de apertura no solo permite que las funciones del cuerpo trasciendan sino que también se desplieguen unas facultades superiores. El hombre posee una síntesis pasiva (características heredadas) y un plano superior que es modificable (inteligencia y voluntad). La razón al ser apertura, indica que el hombre es libre e incompleto, por lo tanto, debe potencializarse. Las facultades superiores, por naturaleza son pasivas e imperfectas e irónicamente también son dadas, no por componente biológico sino por origen del ser personal, por eso, tienen que configurarse a través de la acción de la inteligencia. Entre más el hombre ejerza su libertad a través de la inteligencia, más encontrará su sentido, porque la inteligencia no tiene límite, salta por encima de la realidad material. En efecto, está encaminada hacia la búsqueda de la verdad, que es el bien (Sellés, 2006): entre más el hombre se libere realizando acciones encaminadas hacia el bien será entonces más libre (Llano, 2007).  

 

Con todo lo anterior, se afirma que el hombre va más allá de lo físico, pues su naturaleza no precisa su explicación y sentido. El término persona viene de prosòpon: máscara que proyecta la voz manifestada en la voz propia, es decir, en la individualidad (García Cuadrado, 2001). Por eso, la persona es un ser propio, que se individualiza por sí misma y no por comparación con otro (substancia individual); además, es un ser que se mantiene en el tiempo a pesar de los cambios y accidentes (substancia) por poseer un sello personal que lo hace novedoso, único e irrepetible. En consecuencia es una persona digna que es alimentada por unos elementos únicos a saber: 1) Libertad: obrar según la voluntad haciéndose cargo de sus efectos. 2) Pensamiento: apertura o conocer aquello que presenta la realidad. 3) Relación: abrirse y compartir la intimidad a otro. 4) Amar: vaciarse así mismo por el bien del otro donando la intimidad y recibiendo la del otro. 5) Intimidad: conocimiento del propio mundo interior donde sólo el yo puede entrar (Stork & Aranguren, 2003; García Cuadrado, 2001).

 

Y, por si fuera poco, esto no basta para que el hombre culmine su sentido. Ahora entra en juego “hacia dónde va el hombre”, su trascendencia, su fin como final de un proceso y como meta por alcanzar (Frankl, 2004). En primera instancia, el hombre presenta un temor hacia la muerte a pesar de saber que es un ser finito. Allí, se relaciona con los sentimientos de “disolverse en la nada”, “acabose del propio mundo” y “no seguir en el futuro”, los cuales, se resumen en un solo pánico: “cómo rectificar la vida” (Tugendhat, 2008). Por consiguiente, el temor a la muerte no se origina por la pérdida biológica (física-dada) sino por la biográfica (vida construida a través de los actos y el transcurrir temporal) debido a que queda poco tiempo para rectificar la vida. Y en segunda medida, es la propia muerte la que dirige el fin de la persona porque al hacer un juicio valorativo de su propia biografía, se rectifica y trasciende (deja huella).

 

Dentro del fin del hombre, también entra el llamado aburrimiento. El tedio significa desde la lengua alemana: Langweile tiempo largo o aburrimiento y Kurzweil tiempo corto o entretenimiento. El tiempo es movimiento y cambio (Aristóteles) lo contrario al aburrimiento, donde surge un “estancamiento del tiempo”, monotonía y uniformidad a causa de lo repetitivo o la costumbre (Mann). Por otra parte, Proust considera el aburrimiento (eunnui) como una relación entre el tiempo y las dimensiones psicológica y social; considera que la situación aburrida puede superarse, más no la persona aburrida quien contagia a los demás promoviendo una sociedad perezosa y sinsentido. Por su parte, Heidegger afirma que el aburrimiento es "temple de ánimo fundamental” posibilitando “una manera básica para encontrarnos”; por eso, en vez de rechazar el lapso del aburrimiento, se debe aprovechar para que la introspección motive novedosas formas de acción y así nos logremos encontrar (Quevedo, 2009).

 

No obstante, el sentido del hombre no está totalmente resuelto, le hace falta indagar “quien soy”. Ante ésta querella, es necesario tener en cuenta su biografía. La búsqueda del yo se da por identidad narrativa (Maquentarier) consistente en la configuración del ser por medio de la articulación de acciones. Por tanto, la persona debe aceptar unos condicionantes que le son otorgados por naturaleza (físico, sociológico, familiar) con el fin de aceptarlos y así seguir su propia configuración. Y es allí donde entra la promesa: un “contrato autónomo” que permite dirigir las acciones hacia algo futuro que se desea nutriendo entonces la identidad.

 

Y aun así, el hombre no ha encontrado el sentido completo de su vida, pues por sí solo no logra realmente trascender, su plena verdad se encuentra en la capacidad relacional. El hombre es un ser social, que coexiste, que “es” gracias a que el otro también “es”. Por eso, todo lo que hace influye directamente en los demás. La capacidad relacional, además, conlleva a una apertura y entrega de la propia intimidad, de modo que el amor, se considera el fin más alto de la existencia humana; allí se crece, se rectifica, se busca el bien del otro y se trasciende.

 

Y, ¿Cómo el hombre logra construir tan perfecto sentido de su existencia?, por la familia. La familia es un término común a todas las culturas y que a pesar de los cambios permanece en su esencia: el cuidado, la unidad, la autoridad, la incondicionalidad y la búsqueda del bien del otro. Gracias a la familia se logra educar a la persona en aspectos que le serán necesarios para el desempeño en la sociedad a lo largo de la vida, entre ellos se encuentran: el crecimiento biológico, el control de la vida sensible, la educación de los afectos, la fortaleza, la autoafirmación, la conformación de la identidad, el desarrollo de la libertad, la generosidad, la paciencia, el manejo de la adversidad, la fidelidad, la aceptación, la serenidad y la esperanza (Sellés, 2006).

 

Como conclusión­, se identifica que el ser humano es un ser integral, único e irrepetible, constituido por múltiples aspectos naturales y metafísicos que en conjunto dan un sentido a su existencia y se logran compenetrar gracias a las relaciones interpersonales y su desarrollo en la familia.

 

Referencias:

  • Aranguren, J. &Yepes Stork, R (2004) Fundamentos de antropología: un ideal de la excelencia humana. Plamplona: Eunsa.
  • Sellés, J.F. (2006). Antropología para inconformes. Madrid: Rialph.
  • Macintyre, A. (2001). Animales racionales y dependeintes. Barcelona: Editorial Paidos.
  • Llano, A. (2007). Pamplona: Eunsa
  • Tugendhat, E. (2008). Antropología en vez de metafísica. Barcelona: Gedisa
  • Quevedo, A. (2011). Melancolía y Tedio. Pamplona: Eunsa.
  • Illouz, E. (2012). Por qué duele el amor. Madrid: Kats
  • Bauman, Z. (2012). Modernidad Líquida. México: FCE

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