EDUCACIÓN 12

PONENCIA En el comienzo era el verbo: las palabras de los educadores en los procesos de paz

10° Congreso Internacional de Lectura 2018: para leer el siglo XII

Fernández Guayana, T.G. (2018). En el comienzo era el verbo: las palabras de los educadores en los procesos de paz. Ponencia en el 10º Congreso Internacional de Lectura 2018: para leer el siglo XXI. La Habana, Cuba

 

Resumen

En este tiempo esperanzador para Colombia, se hace imprescindible preguntarse cuál será el aporte de nosotros los educadores en los procesos de paz, puesto que, no es un enigma que este quehacer trasciende: somos personas que orientan la vida de otras personas, y para lograrlo, el mejor aliado son las palabras. Al respecto, este texto presenta una experiencia sobre cómo un educador puede formar a partir del buen uso de las palabras: en una clase perteneciente al currículo de humanidades de la Universidad de La Sabana, se formó un debate entre dos estudiantes analizando la autoestima de Hitler y en medio de la tensión, fueron las palabras y sus aristas, las que posibilitaron resignificar el discurso de los rivales a pesar de las brechas académicas e ideológicas. En el aula, las palabras no sólo hacen referencia a un código, sino también a la escucha, a ese acto de comprometerse en la comunicación; al reconocer, ese diferenciar entre acto-sujeto para juzgar objetivamente; y al silencio, ese estado de conciencia para pensar antes de decir alguna palabra.

 


 

Introducción

Durante los últimos años, el ámbito educativo ha tenido una gran influencia por parte de las tecnologías y medios de información (TIC) las cuales, desde su bombardeo digital ilustrado (con imágenes), marcan el aprendizaje de una manera diferente, soliendo desplazar a las palabras a un sinsentido, como si fueran un objeto que se va a desgastar (González, 2017). De la misma manera, los hechos, como una forma de comprobación de la realidad, han sido predilectos en el medio. Dice la máxima: “una imagen vale más que mil palabras”, sin embargo, son las propias palabras, las que hacen eco directamente en el sujeto, “toda palabra abre un cauce y marca un surco” (Pineda, 2004). De hecho, existimos personas quienes guardamos en un cofre las palabras que dijeron nuestros profesores y que marcaron nuestra vida e incluso, aquellas que alguna vez nos hirieron. Es por esa razón que el poder de las palabras es difícil de reemplazarse, tanto que, en la filosofía griega, la dialéctica (palabras en la conversación) designaba un método de enseñanza predilecto para la búsqueda de la verdad. Las palabras, son el medio por el cual se recibe y se construye lo más preciado que pueden tener las personas y una nación: la paz.

 

Caso en un aula universitaria

En una sesión de clase del currículo de humanidades de la Universidad de La Sabana (Chía-Colombia) sucedió una escena de conflicto académico entre dos estudiantes, donde las palabras, tuvieron el protagonismo.

 

En medio de una exposición acerca de los tipos de autoestima (Mruk, 1998), se formó un debate analizando a Hitler. Un estudiante, defendía que éste tenía un tipo de autoestima defensiva I (narcisista) y otro, se oponía diciendo que sus rasgos hacían referencia al tipo de autoestima defensiva II (antisocial).

 

Los estudiantes discutían a partir de sus conocimientos y opiniones haciendo callar a su rival con el afán de dejar clara su postura. Al ver que la situación indispuso también a sus compañeros de clase, opté por mediar: a cada estudiante en mención le brindé cinco minutos contra reloj para dar sus argumentaciones, sin interrupción por ningún participante. Posteriormente, pedí la intervención del grupo con el fin de hallar una conclusión al tema, para lo cual, se llegó al siguiente desenlace: El ser humano es un ser complejo y puede tener rasgos de varios tipos de autoestima. Es difícil ser cien por ciento de un solo tipo, por más autoestima sana (positiva) que tenga un individuo le será inevitable presentar algunos rasgos de autoestima baja (negativa). Al escuchar las argumentaciones del grupo, cerré la clase reconociendo que las dos posturas frente a Hitler eran totalmente válidas: ambos estudiantes tenían la razón al exponer sus conocimientos y argumentar de acuerdo con la teoría trabajada en la clase. A su vez, reafirmé que la conclusión dada por los sus compañeros era la más cercana a nuestra realidad, sin embargo, los animaba a informarse sobre este caso en particular, teniendo como base distintos enfoques y así tomar una postura con fundamentos.

 

Al finalizar la clase, el grupo partió y en medio de la dispersión, me percaté de que uno de los estudiantes del debate se acercó a su rival sonriente y estrechándole la mano le dirigió las siguientes palabras: “todo bien hermano, nos vemos”. Los rivales se despidieron y en ese momento quedaron en el aula las palabras al viento, resonando, tal vez trascendiendo las paredes y los oídos de otros jóvenes. Pero en el instante, su música acompañó la satisfacción de haber aprovechado el cotidiano quehacer pedagógico, para que las palabras, cobraran otro sentido en medio de un ambiente de tensión y de brechas ideológicas.

 

El poder de las palabras en la educación

 

“Nadie podrá medir el poder que tiene una palabra”

Alex Grijelmo (2000)

 

Es evidente la dificultad para que a todos los estudiantes les llegue el mensaje del profesor y hasta el de sus propios compañeros, sin embargo, en esta labor, así se logre impactar a uno (o en este caso a dos) entre un grupo de 35 educandos, se puede considerar “ganancia”. Porque, aunque no lo parezca, ese 2% quien reflexionó y repensó su existencia con lo vivido durante la clase, bien puede replicarlo a otros. De manera que, en la labor educativa se ejerce una cadena infinita.

 

Ahora bien, no se puede negar que los estudiantes cuentan con un bagaje de preconceptos y de experiencias que marcan su actuar, no obstante, lo que se vive dentro del escenario académico los empodera para tomar una postura diferente frente a la vida misma. Es aquí entonces, donde los educadores con nuestras palabras permeamos las propias palabras de los estudiantes que, en algún momento, serán replicadas. La relevancia de las palabras no sólo recae en el potenciamiento de la persona como individuo (el yo) si no que abarcan de igual manera, el impacto que se genera cuando el individuo se dirige a los demás (el tú). La dialéctica concebida por Platón como “la destreza para argumentar” y por Aristóteles como la “destreza al hablar” (Cañas, 2010), hacen de las palabras una realidad humana que, al ser bien abonadas, posibilitan vida; de allí su predilección en la transformación social y el establecimiento de acuerdos (Stork & Aranguren, 2008). Las palabras hacen posible “un diálogo diferido en el tiempo” (D’Avenia, 2017, p.17).

 

Según Grijelmo (2000), las palabras “son embriones de las ideas, el germen del pensamiento, la estructura de las razones” (p.14) y con ellas, se hace vivir a la poesía. En la reconstrucción de la paz, se hace inevitable volver al comienzo: al verbo. Y el verbo como aquél signo de sentido, que transforme en poesía aquello que es valioso para la convivencia y que requiere manifestarse a través de las palabras.

 

Y así como el hombre cuenta con intimidad (mundo interior) y sociabilidad (está rodeado de otros igual a él), las palabras poseen dos dimensiones: “la primera es personal del individuo, va ligada a su propia vida; y la segunda se inserta en aquél, pero alcanza a toda la colectividad. Y este segundo significado conquista un campo inmenso” (Grijelmo, 2000, p.14). En consecuencia, el hombre requiere salirse de sí, pero como no es una tarea sencilla de lograr, entran en acción las palabras de los educadores como intermediarios para movilizar la relación entre el educando y el mundo.

 

Las palabras en la reeducación de la paz

Para comenzar a trabajar por la paz, se hace imprescindible, además, valorar lo que se sabe del tema, pero a su vez, deconstruirlo con el fin de resignificarlo. La paz abarca los actos, los pensamientos y los sentires permeados por un pasado que se agrupa en cápsulas lingüísticas. Es por eso que se hace difícil dejar de lado que cada persona:

 

“tiene arraigadas sus propias palabras, que crece con ellas, que las palabras son semilla de una herencia cultural que trasciende al individuo. Viven, pues, también en los sentimientos, forman parte del alma y duermen en la memoria….. [y que] como las personas, tienen un interior donde se les habrá adherido todos los usos que su historia les haya dado”.

(Alex Grijelmo, 2000, p.14)

 

De acuerdo con Espinosa, Delgado y Buitrago, (2003) los medios que podrían facilitar los procesos de paz en el ambiente educativo universitario son:

 

La escucha: Las palabras viajan a través del viento y del tiempo, requieren por ello, de una escucha para que otro hable y de hablar para ser escuchado (Baquero & Ariza, 2014, p.14). Consiste en comprometerse con total atención y captar con todos los sentidos el contenido de la comunicación.

 

El reconocimiento: Ante los errores nunca juzgar a la persona, sino los actos. En vez de decir “Eres perezoso” (insulta el ser) reorganizar las palabras para decir; “Parece que no estás dedicando el tiempo necesario a los trabajos” (corrige el hacer). Y ante los aciertos, dirigirse a la persona y no al acto: evitar “Te quedó bien la exposición” (el hacer) y motivar con: “Eres un excelente estudiante” (el ser).

 

El silencio: puede ser contradictorio, pero hay palabras cuyo silencio dice más. El silencio incluso es voz, aquella que se produce por la contemplación; así se logra una mejor expansión del ser. Desde el silencio brotan las más exquisitas piezas de música, cierto, y también las piezas de las palabras (Fernández, 2016).

 

En la etapa universitaria, nuestra misión consiste en preparar a los jóvenes en una especialidad que hayan escogido por sí mismos en relación con un beneficio para la sociedad (Maritain, 2008). El ideal de paz entonces logra volverse una realidad aquí, porque paz, no significa exclusivamente “el fin de una guerra” (Mejía, 2008), si no el paso voluntario que da cada persona con el propósito de tener la capacidad de escuchar, valorar, reconocer y propiciar, la participación de la comunidad (familia, amigos, vecinos, ciudad y sociedad) en aras al mejoramiento de la convivencia (Sánchez, 2009). En efecto, el poder de las palabras trasciende los límites de la mente y los deseos.

 

Conclusiones

Un formador, profesor, padre, madre, asesor, tutor, tallerista, coaching, en su real dimensión: un educador, es ante todo un cuerpo que cuenta con una voz, “una voz que canta, que cuenta historias, que construye arquitecturas imposibles y que abre puertas prohibidas” (Reyes, 2016, p.9). Un educador es quien traza un hilo entre las almas. Por consiguiente, no hay labor más hermosa que la de formar a través de la palabra. Allí se logra hacer permanente lo que se fue, lo que está llegando y lo que se dejará, pero, ante todo, se resignifica el hoy. Me causa curiosidad que en algunos documentos académicos se encuentran títulos sobre los temas de paz denominados como: “el futuro” o “el mañana”, empero, el tema compete hoy mismo debido a que el mañana ya está aquí.

 

Por lo tanto, este texto lo escribo como una forma de invitar con las palabras, a todos los que se dedican a tan bella tarea de la educación (Fernández & Bernal, 2014; Day, 2006), a que reorienten la tarea formativa para que los estudiantes hagan buen uso del arma más poderosa con la que cuenta el ser humano: las palabras. Tal vez así, logren su propia libertad. Recordemos que nuestra labor de la “educación tiene que ver siempre con una vida que está más allá de nuestra vida, con un tiempo que está más allá de nuestro tiempo, con un mundo que está más allá de nuestro propio mundo” (Larrosa, 2004, p.1).

 

¡Viva la libertad, viva la paz!

 

Bibliografía

 

  • Baquero Rodríguez, M.J & Ariza Landínez, P.A. (2014). Educación, paz y posconflicto: oportunidades desde la educación superior. Revista de la Universidad de La Salle. N.65, pp. 115-134.
  • Cañas Quirós, R. (2010). La Dialéctica en la filosofía griega. Revista de las Sedes Regionales. Vol.11, N.22. pp. 37 – 56
  • Day, C. (2006). Pasión por enseñar: La identidad personal y profesional del docente y sus valores. Madrid: Narcea S.A. Ediciones.
  • D’Avenia, A. (2017). El arte de la fragilidad. Cómo la poesía te puede salvar la vida. España: La esfera de los libros.
  • Espinosa, L.M., Delgado Sepúlveda, M.L. & Buitrago Jerez, O. (2003). Institución educativa. Entorno de Paz y Cultura del amor. Colombia: Universidad Tecnológica de Pereira.
  • Fernández Guayana, T. (2016). La voz del silencio. En Campus Periódico de la Universidad de La Sabana. Edición 1.327.
  • Fernández Guayana, T & Bernal Sarmiento, F. (2014). ¿Qué hay detrás de la profesión de educar? Un amor a la vida. Revista Nodos y Nudos. Vol.4. N.36. pp. 117-122
  • González, L.A. (2017). Importancia de las palabras. Disponible en: www.alainet.org
  • Grijelmo, A. (2000). La seducción de las palabras. España: Punto de lectura.
  • Larrosa, J. (2004). La experiencia de la lectura. Estudios sobre literatura y formación. México: Fondo de Cultura Económica
  • Maritain, J. (2008). La educación en la encrucijada. España: Ediciones Palabra.
  • Mejia, M.R. (2008). En busca de una cultura de paz. En Educación para la paz. Colombia: Mesa Redonda Magisterio.
  • Mruk, C. (1998). Autoestima: investigación teoría y práctica. Bilbao: Editorial Desclée de Brouwer
  • Pineda Muñoz, J. (2004). Relatar, narrar y fabular los modos del habitar ecopoético. Revista Luna Azul
  • Vol.19, pp.1-5
  • Reyes, Y. (2016). La poética de la infancia. Colombia: Luna Libros
  • Sánchez Cardona. M. (2010). La educación para la paz en Colombia: una responsabilidad del Estado Social de Derecho. Revista VIA IURIS. N.9. pp. 141-160.
  • Stork, J & Aranguren, J. (2008). Antropología Filosófica. Un manual de excelencia humana. España: Editorial EUNSA

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