FAMILIA 16

Develando mitos: el adolescente no es quien adolece

Tany Giselle Fernández Guayana

Candidata a Magíster en Educación y Desarrollo Humano. Especialista en Desarrollo Personal y Familiar. Licenciada en Pedagogía Infantil. tany.fernandezg@gmail.com

 

 

Son varios los padres y educadores quienes temen cuando les toca hacerse cargo de un grupo de jóvenes que se encuentren en la etapa de la adolescencia. Si bien el término ha acuñado una serie de estigmas como la rebeldía, la inestabilidad, la osadía y la apatía, esta etapa no es siempre lo que parece. De hecho, la adolescencia puede considerarse una forma de concebir y construir el mundo, a la cual los adultos, no estamos dispuestos (ya hemos construido lo nuestro). Es así entonces como en el presente artículo, se develan los significados en torno a la etapa de la adolescencia, con el fin de que las personas alrededor de esta logren acoger lo maravilloso de su cosmovisión y así, establecer mejores vínculos.

 

Se ha sabido desde hace unas pocas décadas que el término designa adolecer, padecer o doler, aspectos que suelen ser característicos en los adolescentes. Por lo general, se quejan por todo, nunca están de acuerdo, pareciera que llevan la contraria y suelen exagerar cualquier padecimiento. Además, manifiestan que son incomprendidos, que nadie los entiende y que saben a dónde pertenecer. Por supuesto, estas afirmaciones apuntan a una inestabilidad consigo mismo y con el mundo, cosa que los adultos nos causa aversión, cuando el verdadero origen de estos comportamientos, tienen que ver con el idealismo, la necesidad de configurar la identidad, con el egocentrismo y la actitud crítica para una mejor toma de decisiones.

 

De manera que, la adolescencia no tiene relación con los significados populares que se le han atribuido, al contrario, se refiere a ser adulto. Su raíz etimológica, viene del participio latino adulecense quien el escritor romano Terencio Varrón (116 a.C) señaló como adultus, el que “está creciendo” y “está por desarrollarse” … quien está haciéndose adulto (Almario, 2014). La adolescencia entonces es un proceso de transición cuyo rango es difícil de establecer. Algunos expertos la demarcan entre los 11 años y 19 años (Papalia, Feldman & Martorell, 2012), Erik Erikson (1994) desde los 13 años hasta los 21 años y Scabini (1997) la establece como prolongada.

 

Sin importar el rango, en estas edades suelen presentarse unos cambios físicos como el crecimiento en talla y peso, la aparición de caracteres sexuales, así como la primera menstruación femenina, primera eyaculación masculina y cambios en el cambio en el timbre de voz (Almario, 2014). Sumado a ello, vienen consigo cambios emocionales y conductuales de índole hormonal debido a su aumento considerable, razón por la cual, es notable una mayor tendencia a la agresividad, a la competitividad, al interés sexual y a la variable de estados de ánimo en el caso de las chicas.

 

Por otra parte, se puede afirmar que esta etapa, en algunas ocasiones genera conflicto entre los adolescentes y el adulto porque se desea ser adulto, pero no lo es. De hecho ¿quién establece cuándo se es adulto?, no existe teoría alguna que lo logre delimitar, son las dinámicas familiares y de la sociedad las que lo determinan. Es por esa razón que vemos jóvenes que buscan constantemente su independencia, pero el ambiente le pone freno a su alzar de vuelo, provocando así conductas problemáticas. Al respecto Bornstein (2005, citado por Freeman & Reinecke 2007) explica: “la transición a la edad adulta es a menudo conflictiva, ya que el individuo se esfuerza con el aumento de la presión interna de separarse de la familia, sintiéndose todavía incapaz de manejar los desafíos que esto conlleva. El adolescente ya no es un niño, pero todavía no se siente cómodo en su papel de adulto”.

 

Dado lo anterior, se puede decir que la adolescencia es un constructo social. A lo largo de la historia, se evidencia que en las sociedades preindustriales a los niños se les consideraba un “adulto pequeño”, por tanto, debían comportarse como tal y ejercer las mismas labores que los adultos. Una vez sucede la revolución industrial, se clasifican las edades para ejercer un trabajo y para asistir de manera obligatoria a las actividades educativas, lo cual se volvía una transición tormentosa para el sujeto, así lo expresa Stanley Hall (1904) en su libro Adolescence (García y Parada, 2017). Posteriormente en 1833 con la Ley The Factory, se restringe el trabajo para niños entre 9 y 13 años (Escobar, 2012).

 

Una vez ante la modernización en la mitad del siglo XIX, se inician movimientos de protesta promulgando así leyes en Francia que terminaron aprobando el ejercicio laboral sólo para personas con edades entre 13 y 18 años quienes, además, debían estudiar y prepararse para la vida. Este aspecto entonces clasificaba de manera etárea aquellos que pertenecían a la adolescencia (Perrot, 1996; Perinat et al., 2003). En el siglo XX, la adolescencia se fue afianzando en el imaginario social. El cine, la música, periódicos y revistas dieron un lugar propio a los adolescentes, los cuales se fueron instalando socialmente como un grupo particular de edad (Pasqualini y Llorens, 2010) que legitima la salida del sujeto de su hogar y la búsqueda de su independencia.

 

Es así entonces como se concluye que, la adolescencia, es momento relevante de desarrollo de las personas y que genera impacto a nivel social, político y cultural. La adolescencia es el momento de las oportunidades (Papalia, Feldman & Martorell, 2012) y de las vivencias donde se dota de significado las experiencias. Y por ello, todo joven adolescente requiere de un adulto que le oriente ese “darse cuenta” para que haga resonancia en sus sentidos y pensamientos con el fin de dejarse afectar por vivir la vida. La adolescencia es el lugar donde se enuncian otros mundos y se da sentido a la propia existencia a través de lo que pasa y lo que deja huella: es un espacio para vivir en tiempo Kairos donde cada acontecimiento es permeado por la emocionalidad y filtrado por el significado atribuido a la experiencia (Almira, 2014). Depende de nosotros como padres y educadores, acoger y orientar sus construcciones y deconstrucciones del mundo… depende de nosotros dejar que abran sus alas para que emprendan su rumbo.

 

Referencias

 

  • Almario, J.F. (2014). Una mirada existencial a la adolescencia. Colombia: Ediciones SAPS
  • Erikson, E. (1971). Infância e sociedade. Rio de Janeiro: Zahar Editores.
  • Escobar, B. (2012). El trabajo infantil desde la revolución industrial hasta la actualidad (Tesis de postgrado). Universidad de Cantabria, España
  • Freeman, A. & Reinecke, M. (2007). Personality Disorders in Childehood and Adolescence. USA: John Wiley & Son Edit
  • García Suárez, C.I. & Parada Rico, D.A. (2017). “Construcción de adolescencia” Una concepción histórica y social inserta en las políticas públicas. Revista Universitas Humanística. N.18, pp. 347-375
  • Papalia, D., Feldman, R & Martorell, G. (2012). Desarrollo Humano. Colombia: Mc Graw Hill Education.
  • Pasqualini, D. y Llorens, A. (Comps.). (2010). Salud y bienestar de adolescentes y jóvenes: una mirada integral. Buenos Aires: OPS/OMS.
  • Perinat, M., Corral, A., Crespo I., Doménech E., Font, S., Lalueza J. y Rodríguez, H. (2003). Los adolescentes en el siglo XXI. Un enfoque psicosocial. Barcelona: Editorial UOC.
  • Perrot, M. (1996). La juventud obrera. Del taller a la fábrica. En G. Levi y JC Schmitt (Dirs.), Historia de los jóvenes: II. La edad contemporánea (Trad. M.Barberán). Madrid: Taurus.

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