EDUCACIÓN 1

El profesor: orientador de niños y ¡también de padres!

Tany Giselle Fernández Guayana

Fernández Guayana, T.G. (2014). El profesor, orientador de niños y ¡también de padres!. Periódico CAMPUS. pp.3 Ed. 1.243. Chía: Universidad de La Sabana. ISSN: 2256-2397

Disponible en: https://intellectum.unisabana.edu.co/handle/10818/32909

 

 

 

Desde mi experiencia personal como profesora de preescolar-primaria y de universidad, he llegado a la conclusión que los docentes, además de ser la figura que guía el aprendizaje y el desarrollo integral de los educandos, somos también, agente primordial en el fortalecimiento de las dinámicas educativas que ejercen los padres de familia.

 

Bien sabemos que el principal contexto de educación de la persona, se encuentra en el seno de la familia, institución natural donde se brinda a los niños y jóvenes los medios necesarios para su integración a la sociedad (Alcázar, 2003), mientras que la escuela, es un subsidiario y colaborador de la acción educativa que los padres han impartido. Sin embargo, hoy día, algunas familias se encuentran abatidas por múltiples disyuntivas como: horarios laborales extendidos, separaciones, incorporación de la mujer al trabajo, reducción de tiempos de relación y violencia doméstica, las cuales les impide ejercer su función educadora, delegándola a instituciones externas.

 


Los profesores, por nuestra parte, nos encontramos ante una exigencia adicional que requiere mayor dedicación, no obstante, no nos hemos percatado que en nuestra propia profesión tenemos la solución. Recordemos que el término educación, viene del latín educare (conducir) y educere (ir de adentro hacia afuera) (Casanova, 1991), es la acción de conducir a la persona para que extraiga de sí lo mejor que puede ser. Por lo tanto, los docentes, no sólo guiamos a los educandos, sino también a sus padres, quienes a pesar de la edad y la experiencia, siguen creciendo y consolidándose (Urbieta, 2002).

 

Entonces, es deber de los profesores ayudar a que papá y mamá “saquen lo mejor de sí” a la hora de educar a sus hijos, todo ello, a partir de la escuela de padres, la cual, está contemplada en la Ley No.1404 de 2010, donde se establece que la integración familia y escuela posibilita dirigir su mirada hacia un “pensar común, el intercambio de experiencias, la búsqueda de soluciones en la formación, la recuperación de valores, el fortalecimiento del estudio y la comunicación”.

 

Dado lo anterior, las escuelas de padres requieren de la participación activa de nosotros los profesores, porque con nuestros conocimientos y experiencias lograremos acercar a la familia a su realidad y a los cambios o parámetros que deben tener en cuenta en la educación de sus hijos. Por lo tanto, se hace imprescindible formar a los futuros educadores en las siguientes virtudes (Isaacs 2008):

 

Justicia: así como les exigimos a los padres ser mejores, ellos también nos exigirán ser mejores educadores. Por eso, los docentes debemos dominar el campo en el cual nos desempeñamos y actuar en coherencia con nuestros principios, así guiaremos con el ejemplo a las familias. Muchas habilidades y virtudes que se viven en la institución educativa también se viven en las familias, por eso, los tópicos a trabajar en la escuela de padres no son ajenos a ellos: las pautas de crianza, la conquista de la libertad, el dominio del carácter, la comunicación, la afectividad, el aprendizaje del trabajo, entre otros.

 

Comprensión: los profesores debemos aceptar a cada familia como única e irrepetible, con sus fortalezas y aspectos a mejorar, pero a la vez, debemos exigirle a los padres que aprendan a ser mejores que ayer y que sean mejores que hoy.

 

Optimismo: debemos confiar en las posibilidades de ayuda que se pueden recibir de los padres de familia con el fin de distinguir los elementos aprovechables y así, adecuarlos a sus necesidades particulares. Con ello, cada familia podrá hacer cambios de actitudes en el hogar, sacrificios, establecer reglas, establecer espacios de  comunicación y más.

 

Para finalizar, me es importante resaltar que por medio de nuestra profesión docente, lograremos que los padres encuentren un nuevo sentido a su función educadora,  viviéndola como un acto de amor que ayudará a sus hijos a “extraer lo mejor que pueden ser como personas” y a su vez, será motivo para su despliegue a plenitud como padres.

 

Bibliografía:

 

  • Casanova, E. M. (1991). Las Ciencias de la Educación. Navarra: Librería del Seminario.
  • Isaacs, D. (2008). El trabajo de los profesores. Virtudes en los educadores: Justicia, comprensión y optimismo. Buenos Aires: Editorial EUNSA.
  • Urbieta, J. R. (2006). El regalo de sí mismo: Educarnos para educar. Madrid: Narcea.

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