El ingreso al mundo universitario tanto para educadores y estudiantes está marcado por dinámicas muy diferenciadas de las prácticas escolares que la preceden; la teoría y la investigación enmarcan buena parte de la vida cotidiana del educador, así como la proyección social y su quehacer académico. En medio de esas exigencias y compromisos, esta labor corre el riesgo de dejar de lado otros desempeños que son inmanentes a su quehacer.
El hombre a pesar de haber sido analizado por múltiples enfoques y campos sigue siendo un misterio para sí. Sin embargo, los estudios filosóficos-antropológicos han demostrado que su existencia tiene una razón única de ser, cosa que permite darle un mayor sentido y valor.
En esta relatoría, colmada de mi propio arte y academicismo, comparto las reflexiones que un poeta hace en discusión con un escritor científico. Ambos se deleitan con las palabras, la escritura, con los sentimientos, con la racionalidad y con el idioma. Y, a la larga, a pesar de las diferencias que presentan estos dos sujetos, tanto el poeta como el científico llegan a un acuerdo común: escriben para lograr un mundo mejor.
La película, “La Habitación de Marvin”, es un filme que rescata, la relevancia del valor de la vida, sin importar las problemáticas, disgustos, peleas, engaños y demás conflictos que se viven al interior de una familia, puesto que, la manera de poder solucionar los problemas es reconociendo la valía que tiene cada miembro familiar y la importancia de su existencia en la propia.
Actualmente, las personas se encuentran inmersas en un medio donde la actividad comercial es la que prima las relaciones, la estabilidad y el progreso. Todas las transacciones giran en torno a la compra-venta de bienes y servicios en búsqueda de la riqueza, el bienestar, en pocas palabras, de la felicidad. Sin embargo, algunos países se encuentran ante una crisis económica, de la cual, por más que abran sus tratados de libre comercio, les es difícil reestablecerse.
Hablar de innovación en educación, en pleno siglo XXI, es una tarea algo difícil, puesto que ha sido trabajada, principalmente, desde el campo de la economía. Hoy día, a causa del creciente auge de la tecnología y la investigación provenientes de impulsos económicos, la educación se ha visto influenciada hasta el punto que los educadores hemos sido trasladados de nuestras funciones.
Hoy lo indescifrable, lo incomprensible, lo inimaginable también ha tornado a las palabras: indecibles. La situación por la cual se encuentra el mundo hoy, a causa del Covid-19, es una de las realidades que más ha trastocado los escenarios cotidianos del ser humano. Dolor, angustia e incertidumbre son los sentimientos que más se han marcado en la sociedad. No obstante, el término “coronavirus” nos deja, desde ahora, una meta que trasciende los escenarios del dinero, del poder, del placer.
Bien dice el adagio popular que el amor “supera toda barrera” o “es la fuerza más grande que existe”, y tal vez sea verdad. Desde mi experiencia como maestra y académica en distintos niveles: preescolar, primaria, bachillerato y universitario, he concebido las prácticas de mirar a los ojos, hablar con dulzura, brindar un abrazo y estar presente, como maneras de demostrar que otros me importan.
En estos tiempos álgidos, pero a su vez esperanzadores para Colombia, es imprescindible preguntarse sobre cuál será el aporte de los educadores en los procesos de paz. Un profesor no se dedica exclusivamente a transmitir un conocimiento, sino que su quehacer trasciende: el educador es una persona que impacta y orienta la vida de otras personas, y, para lograrlo, el mejor aliado es la palabra.
Este es un relato a varias manos de la experiencia sobre la VIII ESCUELA INTERNACIONAL DE POSGRADOS: Infancias y Juventudes: desigualdades, desafíos en las democracias, memorias y re-existencias, llevada a cabo por el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) y el Centro de Estudios Avanzados en Niñez y Juventud (CINDE en alizana con la Universidad de Manizales).